17 de septiembre de 2011

SECANDO HIGOS



Vi unos cajones de higos secos al lado de una pared dentro de un pequeño cercado del jardín de una casa payesa.
Vacié la poca agua, ya calentorra, que quedaba en mi pequeña botella y me dirigí a la puerta con la intención de fotografiar las cajas de higos, mi coartada era la botella de agua vacía con la que pretendía introducirme, más bien era entrometerme, en la tranquila vida de alguna buena señora a la que iba a rogarle un poco de agua si me pillaba in fraganti.
La payesa me sorprendió por atrás y yo, con amplia sonrisa, no le di tiempo a reaccionar y puse en práctica mi payés de campo. Saqué el tema de los higos y de cómo se están perdiendo esa costumbre de secarlos. Con un payés sólo hay que tirar del hilo y la madeja se deshace sola.
Me rellenó la botella con agua fresca de la nevera. Antes, con descarada confianza, delante de mis ojos, cogió la llave de su escondite para abrirme la casa.
Seguimos hablando de higos, ella me decía en tono sarcástico que parecía que los bichos también sufrían la maldita crisis (palabra que ha inundado todos los rincones), que, moscas, abejas y pájaros, nunca como este año le estaban picando tanto la fruta. “No me da tiempo a recogerla madura, se la comen antes”.
Aún así, me puso sobre la mano todos los higos fresquitos de la nevera que me cabían en ella y me despidió con un “torneu quan volgueu”.

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