Las iglesias fortificadas y las torres prediales daban refugio cuando el turco atacaba.
El cerramiento de nuestras casas rurales y el aire castrense que les confiere la torre predial que suelen tener adosada o en sus inmediaciones son aspectos que sorprenden al visitante que se interesa por nuestra arquitectura rural. Y su interés aumenta cuando conocen el motivo de su construcción, el corsarismo y la piratería que no sólo les lleva a un mundo de leyenda, sino que les ayuda a entender la azarosa historia de la isla que muy pronto comparten con nuestra misma pasión.
Aunque las torres prediales existen en todo el Mediterráneo como respuesta a las razias del turco que entre los siglos XV y XVIII amenazaban las tierras cristianas, en ninguna otra geografía se dan con la concentración y variedad que tenemos en Ibiza, donde, al ser una parte viva del espacio habitado, mantienen un aceptable estado de conservación. Las torres prediales que conocemos vienen referenciadas en los 45 tomos del Llibre d´Entreveniments, que registraban las intervenciones eclesiásticas en el medio rural.
El hecho de que se mencionasen en un documento eclesiástico era porque ayudaban a los sacerdotes a localizar y a identificar una u otra casa.
Así tenemos documentadas 113 torres, pero al no tratarse de un registro exhaustivo, es evidente que su número fue mayor, dato que descubre la importancia que tuvieron. En ´Torres y Piratas´ de Eduardo Posadas y en ´Fortificacions rurals a l´illa d´Ibiza´ de Joan Josep Serra Rodríguez, el lector tiene un documentado inventario y estudio de nuestras torres prediales, su localización, contexto histórico, relación con las otras fortificaciones insulares, tipologías, arquitectura, etc. Aquí, sin embargo, sólo nos interesa su literatura. Es imposible que las incursiones piráticas no generasen glosas de tintes épicos y dramáticos. Durante cuatro siglos, el Mediterráneo fue una frontera peligrosa, hasta el punto que Felipe II ordenó el 1570 que se evacuara Menorca. Si no se hizo fue por miedo a que la isla se convirtiera, como Formentera, en un nido de piratas.
Las crónicas recogen aquellos asaltos que buscaban sobre todo cautivos para exigir rescate por ellos o venderlos como esclavos. Aquellos asaltos buscaban sorprender y sucedía que quienes no estaban a tiempo de refugiarse en una iglesia fortificada sólo podían recluirse en su torre predial a la espera de auxilio. Aquellos sucesos los magnificaban después las rondallas, pero siendo su trasmisión oral, se fueron perdiendo al quedar atrás los tiempos en que, al amor de la lumbre, en los inviernos, se contaban viejos sucedidos. Como muestra de aquellos relatos pueden servirnos dos historias. La primera la encuentro en una carta que los jurados remiten a su Alteza Real un 13 de octubre de 1552: «Estos días son arribades aci deu galeotas que eran del nombre de la armada de Salarahis. La gent es exida en terra al Vedrá, ahón han pres a Barthomeu Ribas y sa muller dins la torre, a la cual son pujats los turcs amb fustes y cordes, no havent hi dalt quils resistis, perque noy havia altre home sino lo dit Barthomeu Ribas, que estava baix per guardar la porta».
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