
El amor es a menudo, casi siempre, enrevesado como los zarcillos de las parras. Sin darte explicaciones se enreda, caracolea, tira para donde el viento dispone. Por eso no hay que darle vueltas: se vive, se disfruta,…y se sufre, pero nunca se le exige garantía ni fecha de caducidad.
Sólo cuando se hace del amor un contrato la fecha va implícita.
Me gusta más lo de “el amor es eterno, mientras dura”.
Con el tiempo la pasión transforma su intensidad en amor cómplice, es cuando empiezas a descubrir si es la mitad de la naranja que buscabas.
La convivencia no se debería basar en el amor, el amor no necesita que se le cargue con esa responsabilidad, el amor es para amar. La relación de dos es otra cosa, es un conjunto de conjunciones, sintonías, acuerdos y desacuerdos, cesiones y adquisiciones, placeres y tristezas, derechos y obligaciones, risas y llantos, gustos y disgustos, mil cosas.
Cada uno se encargará de mantener a su media naranja llena de zumo.
Duele cuando una mitad se vuelve ácida, amarga, cuando salpica y escuece a los ojos,…, entonces no hay preguntas, ni respuestas, sólo se vuelve a empezar.