6 de agosto de 2006

CARTA XXXVIII


¡Qué complejos somos incluso para nosotros mismos!
Yo hace días que estoy enfadada conmigo misma. He decidido llevar a cabo un leve pero rotundo auto sabotaje…Y es que el mundo se me hace infinito demasiado a menudo; entonces intento alcanzar lo máximo por lo que todo se me escapa y me encuentro con los brazos vacíos y agotados por un sobreesfuerzo que tiene más de imagen social que de inyección interior.
Mi motor me pide calma, conciencia en lo que haga y no demasiadas cosas, poquitas pero reales, deseadas.
Ocurre que, alguna que otra vez, el espejo se burla de mi humanidad imperfecta y única; tiene las artimañas suficientes para hacerme creer vencida y me convence para salir corriendo tras todo lo que se me presente (cursos, moda, maquillaje, actos culturales, reuniones sociales,…)
¡Qué sonrojada me pongo ante mi alma cuando el agotamiento frustrado es mi único logro!
Ella me pregunta, maternal, quién quiero ser… Es uno de mis grandes momentos secretos; lloro para comprender el lenguaje de mis sentimientos y me abandono al regazo de los sueños. Todo vuelve a tener las pinceladas que me activan la esperanza.
Así dejo de importarme tanto y salgo al mundo para vivir en él.
Te recuerdo que después de esta etapa de “adolescencia espiritual” aspiro a seguirte los pasos, quiero que mis ojos consigan dominar el lenguaje que los tuyos hablan.
Todavía me cuesta comprender por qué tarda tanto el destino en traerte a quien lea los versos que dictan tus manos más allá del papel, justo en la piel que envuelve el ánima…

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