24 de julio de 2006

CARTA XXXVI


Me cuesta escribir cuando me amoldo al suceder acelerado de los días en los que ocurren cientos de cosas, que aprendo a suspender del pensamiento para lograr conciliar el sueño.
Aquí me doy cuenta del torpe modo en que no busco ningún retazo de tiempo para escribir, para mirarme a mi misma así (de la única forma que se).
Se me ha congelado el tiempo. Es una sensación vital, ridículamente absoluta, que me lleva a conclusiones irreflexivas contingiendo en acciones cómodas por ser muy entrenadas.
Me empeño en encontrarme sin darme cuenta de que ya estoy aquí, en mí, de que nunca me he ido.
Últimamente las películas que he visto son verdaderos tratados filmográficos de la desesperación humana. Son obras maestras que deben ser evitadas en momentos de extrema sensibilidad cabizbaja: “Titus” de Hopkins y “Anónimos” de Bob Dylan…si, si, de verdad es él.
El sufrimiento es una excelente vía de aprendizaje pero no debe ser el maestro exclusivo porque se transforma en un peso que soportar o evitar.
Quiero aprender a quedarme quieta en mí sin sentirme culpable o impotente… ¡Qué difícil!
Intento escribir, especialmente en honor a ti, pero se me acortan las emociones cuando lo hago de un modo tan racional y solamente logro ser reiterante e incomprensible.
Así que tendré que morir antes que tú si quieres publicar algo mío. ¡Es humor fúnebre!
La muerte no es algo que me asuste, sólo la presiento como un cambio y como tal me intimida un poquito su incertidumbre, pero ya está ahí el tope de mi respeto hacia ella.
¡Con qué facilidad se consumen los días nodinos!
A menudo al llegar la hora boba del descanso, me sabe a poquísimo el día a pesar del cansancio.
¡Finalmente, resulta que Heráclito tenía toda la razón de la Historia de la Humanidad en su “Todo fluye”, que, para más sorprendente coincidencia, es la base de la filosofía Budista!

1 comentario:

Anónimo dijo...
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