8 de octubre de 2006

CARTA XLVI


Vengo aquí, a tu lado, para tomarme un respiro porque las horas del día me pesan y, curiosamente, se me escurren con demasiada rapidez…Es la atracción del tiempo…La piel lo desea y lo rechaza…querer crecer para hacer de nuestro cuerpo la máxima manifestación de la libertad…querer recuperar la infancia de los surcos porque dejarían de arrugarnos hasta la tersura del alma…
Hoy pienso…aquí…más allá de estas letras binarias, me dedico a estar, existiéndome a menudo con un exceso de indulgencia, al no deleitarme con el sabor de lo inmediato.
Me he dedicado demasiados meses después de mi aventura zanjada a curar las heridas abiertas…y, sin darme ni cuenta, el modo en que lamía los cortes supurantes los ha infectado de ira, desgana, negación, cobardía,…Para sanarme me he retirado a un espacio que sólo yo conozco…y he seguido con el hacedor de mis males…ése que vive y reina en el fondo de mis pasillos interiores, mi otro yo, el que hace pulsos inagotables con la multitud de yoes en que me configuro.
Un año entero para comprender que el enemigo es íntimo, se ha hospedado desde siempre en mis “adentros”…y no voy a poderlo extraer porque forma parte de mi naturaleza terrenal.
A menudo hay un aullido salvaje que quiere salir de mí y escapar lejos para sentirse de nuevo en un hogar…pero ¿cuál?
Quizá las mujeres sí corremos con los lobos…necesitamos la vieja sabia que nos llama hacia la tierra y nos exige el delirio de la feminidad.
Las cárceles más peligrosas son las que no tienen márgenes tangibles y ésas se construyen dentro de una misma. Alguna memoria genética queda serpenteando por las vísceras, convenciéndome de cuáles son mis obligaciones y qué está vetado para mí…El saboteador del código grabado en la sangre…nunca se atreve a dar la cara porque así, escondido, es más tenebroso y se permite menos piedad.

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