14 de mayo de 2006

CARTA XXVI


Hace días que pienso en ti de un modo terco, intentando escabullirme continuamente para escribirte y sin lograrlo.
Son las 02.25 a.m. y aquí he ladeado al sueño, ¡esta noche por fin lo esquivo!. Para arrimarme a ti.
Acabamos de hacer el amor de una forma pasional y ansiosa...él ya duerme... ¡cuántos tópicos pueden juguetear con los amantes!
Aprendo a entender otras maneras de amar...no quiero acostumbrarme. La costumbre es un síntoma irrefutable de la esclavitud autoasimilada.
Creo que puede ampliarse el mundo que miramos si podemos asomarnos a los demás y sentir la vida desde ellos.
Me descubro con arranques incontrolables de rabia interna (seguramente por mí misma o por cosas absurdas y dañinas que no consigo digerir y que están presentes) que suele explosionar en alguna palabra más seca o tajante hacia los demás.
Si por un lado comparto partes de mi vida con los demás, hay otras, las más auténticas, que no se acuerdan de compartirse y se quedan agustísimo en mi intimidad más absoluta.
Tanto en la compañía como en la soledad siento un anhelo poético o quizá anhelo de lo que no es, de lo que no vivo y, por alguna extraña razón irracional, la experimento en paralelo.
He aprendido a desechar la culpa en mi proceso por descubrirme y sincerarme conmigo misma.
Aún no siento el escalofrío del compromiso ni el de la soledad a pesar de pensarlos y probármelos de vez en cuando.
Crezco y me modifico por instantes. No me importa reconducir mis posturas si ahora me convencen las que ayer refutaba. No obstante hay algún pilar en mí que mantiene firme mi identidad.
Hay lechuzas blancas por aquí. Representan en mi vida el legado espiritual y trascendente de la vida. No es una broma ni letras sin profundidad. En la lechuza blanca habitan todas mis esperanzas en el más allá.
Cuando Eli murió, acordó que volvería así. Fue el pacto surgido de una intuición unos meses antes de su despedida inesperada.
Tengo en la sala de espera un cansancio que no quiero atender. Trae consigo demasiada consciencia.
Él dice que los días ibicencos parecen haberse agotado para mí. Lo veo en su gesto exhausto.
Hoy he aprendido que el gesto es más individual que el individuo. A modo de proverbio: muchas personas, pocos gestos.
También he rememorado cuánto daño y desastre pueden provocar las formas de bondad sin mesura.

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