20 de marzo de 2006

CARTA XIX


Hoy es el primer día que paseo desde hace una eternidad a solas con mi compañía...de vez en cuando me necesito así...Se reafirma la confianza en mis alas simbólicas y siento que observo el mundo circundante con mi retina más honesta, más genuina... y un interior sin fondo explorado se me escapa de sonrisas buceadoras y levitantes que prescinden de los labios para identificarse.
¡Tengo tantas opciones que me marco! Andar o sentarme (banco, césped, puerto, playa o cafetería...), puesta de sol o parque, mirar o escribir, sonreír o pasar desapercibida,...
Vuelvo a darme cuenta de cuánto me encanta la vida porque está llena de milagros y de “poder ser”.
Lo sé, a ratos, el mundo está mal... pero ¿qué mundo? y ¿para qué saber más acerca de lo malo?
Alrededor de mi vida hay un entorno por explorar que también necesita guiños, sonrisas, aplausos y, seguramente, pan, trabajo,...
Creo que en lo más simple y fácil está lo elemental de la vida.
Quizá por eso con tanta frecuencia somos tan infelices: buscamos lo “rococó” para convencer a nuestra felicidad de que se sienta a gusto con nosotros.
Es curioso, quizá anacrónico y “anti-postmoderno” que con mi edad todavía no desee una casa, un coche,... Sé que lo que necesite me llegará...Siempre he tenido lo imprescindible y algo o mucho más. Estoy buscando otras cosas que no tienen tanta materia palpable.
Es mi único tesoro: los sueños que me mueven a continuar.
Hay días en los que me convenzo de que debería tener miedo a la crudeza de la realidad...
A solas, confesándome, me doy cuenta de que apuesto ciegamente por el bien del corazón humano y construyo todos mis proyectos interiores en base a ese cimiento.
Me entreno moralmente para futuras derrotas continuas pero apuesto por la semilla que cada uno de nuestros actos deja en algún lugar “humano” para cualquier tiempo.
...hace dos horas que he empezado a escribirte y ya estoy anonadada en un banco (el tercero de este paseo y de esta carta) porque... ¡vaya!, una piel morena y unos ojos verdísimos se han sentado a mi lado...Sí, era chico...pero de 11 años, rumano, que me pedía que si podía escribirle dos hojas iguales a las que él llevaba: VENIMOS DE RUMANIA SOMOS REFUGIADOS DE GUERRA AYUDENNOS.
Se me pasaban millones de ideas por la cabeza: qué podía decirle, cómo saber más de este crio, cómo hacerle sonreír, su mirada tan triste, que quizá me daría un tirón del bolso, su silencio incomprensible para mí, cuál era su verdadera vida, cómo ayudarlo, qué “mierda” hacer...
¡Qué mierdecita he hecho!, ¡Nada!, bueno, dos papeles y un diálogo que casi ha sido un cuestionario para él.
Ni siquiera sabía dónde sugerirle ir para recibir apoyo institucional.
Es un niño y no quería hacerle sentir como un mendigo o desamparado digno de compasión.
¿Quién soy yo para sugerirle nada? No me lo ha pedido.
Tenía la sensación de que podía herirlo enormemente si me inmiscuía y he actuado como si esta situación fuese la más cotidiana del mundo.
Acabo de hablar contigo. Me encanta oír tu voz. Ojalá pudiera...no sé...bueno...mi corazoncito te acompaña en todo momento. Espero que lo sientas a tu lado.
¿Sabes que has sido siempre mi protector? Ahora soy más consciente... Antes eras más maestro y modelo, ahora me importa mucho más quererte y que tú lo sepas.
Me alegro tanto de nuestras letras... Es un regalo recíproco tan especial que no lo mide mi razón, porque no hace falta...
Yo también quiero protegerte para que no renuncies nunca a tu esencia especial, genuina y preciosamente libre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¿Será el efecto mariposa?
Besos para los dos.
Helena.