15 de noviembre de 2005
CARTA (I)
Se me siguen escurriendo las horas; debe significar que los días son realmente intensos aunque cada vez hay más horas que me “duelen”, se me hacen más intensas y me cuesta salir de ellas. Son como amenazas de reflexión casi inquisitoria.
El mundo cada vez se me presenta más abominable, inmensamente confuso. Cuanto más conozco la miseria y manipulación que hay, mayor es la impotencia y minúscula concepción que tengo de mí.
Recargo pilas continuamente, no me puedo abatir por lo que hay. Intento vivir en la concentración precisa de mi ahora y la íntima esperanza de un mañana más equilibrado para todos.
Habituada como estaba a centrarme en mis amigas, mis letras y mis cafeterías, al antojo de cualquier apetencia, ahora me cuesta más cumplir con la “obligación” que únicamente yo me impongo y me “perdono”.
Me absorbe este día a día lleno de descubrimiento (que no de conocimientos) porque no es una teoría impensable la que aprendemos, aprendemos como una persona que tuvo fe en sus ideas y apostó por los demás deja su huella para el después, aprendemos a no sentirnos solos y tomar ejemplo de otros como motor de nuestras ganas por hacer.
Estoy demasiado asombrada y muy asustada por la magnitud de mi nuevo mundo.
A veces pienso que me tambaleo; cuando en una esquina más de la costumbre diaria hay un hombre mal vestido, tirado, pidiendo limosna, no sé muy bien en contra de quién se amotina mi interior, si en contra de su rendición, si en contra de mi falta de compasión y mi pasividad, si en contra de la prepotencia del resto de la gente que pasa por su lado...
Me encantaría tener el valor de sentarme unos minutos a su lado y preguntarle por qué. ¿Por qué se hace esto a sí mismo?
¿Porqué no levanta su dignidad de esa esquina sucia y mira de frente a los transeúntes con la firme convicción del valor de su esfuerzo a partir de ese instante?
Pero persisto en mi actitud vergonzosa y paso de largo la consciencia de su presencia mientras tengo la posibilidad de modificar mi elección.
Luego, a solas, tiene voz la imagen de su recuerdo y vuelvo a saber lo mal que he actuado.
A menudo me siento muy cerca de su desgracia; me pregunto cómo puede ser tan fácil estar ahí, al otro lado de la existencia, en la orilla contaminada de la supervivencia adicta.
Mi piso es un lugar de ambiente adolescente y juvenil donde la trascendencia de la vida no profundiza más allá del futuro inmediato de cada uno de nosotros. Es más fácil y menos hiriente vivir así pero también más superficial y vicioso.
Cuanto más lejos estamos del sufrimiento menos nos apetece tenerlo presente.
Bueno, amorcito,... son mis días de comecocos, a ellos te acerca mi carta... es que sólo vivimos una vez y si no lo hacemos fielmente... ¡vaya torpeza y pérdida de tiempo!
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