4 de diciembre de 2005

CARACOL ESPINADO



Este caracol no escuchó nunca a Maná y su “corazón espinado”. Si lo hubiera hecho no se habría internado en esa selva de pinchos en el cactus. También a los animales, lentos y babosos, aún con traje acorazado, se les espina el corazón.
Como a mí, que me gusta más el pescado con espinas que un trozo de atún. Desmenuzarlo con los dedos, como aprendí en Indonesia, y comérmelo con una sola mano, la otra es para limpiarse donde la espalda pierde su nombre.
¿Por qué sentimos “pinchazos” en el corazón?
¿De verdad son las espinas?
Tenemos un complejo cerebro que envía estímulos a diestro y siniestro sin avisar, y al corazón, por eso de que tiene buen corazón, le envía corrientes de alto voltaje, ¡Ahí va eso!, y sin libro de instrucciones.
A veces bombea como loco, otro corazón le envía señales de humo.
Otras veces no le sale ni una gota, los aspersores están taponados con lágrimas salinas.
De cualquier forma le remite los latidos al cerebro: “Enciende el piloto, tengo un pinchazo”. Devuelve la pelota a su tejado. De aquí para allá. De allá para aquí. Y el estímulo se va diluyendo. Apaciguando Desgastando. Solo que a veces hay espinas tan clavadas que no quieren irse. Y como el caracol hay que sortearlas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Juan

Me encanta esta foto, tiene mucha fuerza, y unos colores increíbles...
Con el tiempo las espinas desparecen, y en su lugar solo dejan unos puntitos que ya no duelen, son los que te hacen más duro... a modo de pequeña coraza.

Besos con pinzas "quita-espinas" indoloros (claro).
Helena.