25 de diciembre de 2005

CARTA (VII)


Hace una hora tocaba el cielo con la punta de mis sábanas y en este instante que las lágrimas juegan a ser valientes, llegas inexorable con todo tu ejercito de luz y aplacas la rebelión del llanto contenido. Gracias.
Me acaba de cerrar la puerta alguien que me abrió la ventana del sótano y me enseñó hace poquito que las estrellas también pueden brillar para mí. Y me cuesta el valor de muchos sueños entender como se evapora la consistencia platónica del amor que parecía férreo y heroico.
Como en un juego con las reglas marcadas, todo empieza con las promesas de un tiempo eterno compartido, que yo no invoco, me regala él, cualquier él que realmente haya marcado ritmos en mi corazón, pero pocos son los días que bastan para hacer ruinas y hecatombe lo que sus vanidades levantaron.
Quizá la tragedia es que me pertenezco demasiado y nunca logro volcarme en otro tanto como desearía. Tal vez cuando me derramo, dentro de quienes son, despierto en ellos el lado cervatillo y huyen. No lo sé. Busco aún un lugar donde al tumbarme sienta que el alma se yergue hacia lo eterno.

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