7 de diciembre de 2005
CARTA (IV)
La sonrisa es tan elástica como el ánimo.
¡Siempre llegas a tiempo del preciso instante en que no sólo te necesito sino que eres indispensable!
Lentamente, la evidencia con que debemos admitir que alguien que no seamos nosotros siempre tendrá un biombo, una cortina o un cajón que no abriremos o descubriremos (por torpeza o inevitabilidad) aclara la importancia de volcarse en el segundo y no apartar, casi nunca, la mirada de lo que estamos siendo ya.
Como tú me enseñabas, el verdadero regalo que nos queda siempre, tras los que pasan como transeúntes por nuestras vidas, es lo que hemos sido, porque ellos se han arrimado a nosotros o la vida ha decidido compartirnos, y lo que somos después, con su huella encendida.
Soy feliz (si este es el adjetivo adecuado, no lo sé) porque quienes me rodean me hacen sentir mejor persona.
Y empiezo a amar a un alguien señalado por la potestad de mis sentimientos, a pesar, incluso, del sentido de su amor, que descubro día a día más fuerte, más sincero, más asombroso.
Sin embargo no me asusta la amenaza rotunda del verano porque, por encima del mañana, está este hoy en el que me sorprendo.
A veces, yo llamo a la tristeza pues necesito su humanidad para detener la aceleración de la “vida de un trago”.
Sentarme con ella significa abrir las puertas a todos los perdones y relajar la guardia diaria de no fallar jamás a las expectativas de todo lo que contenga el día iniciado.
Me apenan aquellos que tanto la huyen y la temen porque se escapan de una parte de quienes son.
En casa las tristezas se reúnen, a menudo, de madrugada y lo inaudito, para mí, es que pocas veces faltan los bastones o las compañías tumbadas junto a la rendición momentánea de cada uno de nosotros.
Creo que ella te conoce bien, desde hace años pero aún no me he atrevido a hablarle de ti.
Me faltan las puestas de sol.
Si las tuviera cerca, te las enviaría a ti (que eres más dueño de ellas), pero siempre hay excusas para no encontrarnos: distancia, ocupaciones. ...
Te diría... que los años no pasan en balde y todo el que eres merece ser derrochado sobre o dentro de una mujer que te sienta y presienta justamente... ¿Quién lo decide?
Si yo eligiera, te regalaría a Venus.
Aunque, después de todo, el “carpe diem” iza la bandera más lógica y emotiva.
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