20 de diciembre de 2005
CARTA (VI)
Si de lo que hoy conozco del mundo, que es pobre y poco pero me hace persona más completa que su ausencia, tuviera que elegir una voz para entenderme en ella, sería la tuya. Más allá de cualquier poeta, tus letras son como lecturas íntimas de lo que corre por mis silencios.
¡Cuánto tenemos en común y que lejos parece todo a veces!
Anoche me tumbé junto a alguien que no se ha despertado conmigo porque sólo forma parte de un presente fugaz. Hoy sencillamente tengo espabilada la tristeza del recuerdo precioso de su piel y de su intimidad expresada en secretos que él aún no sabe que escribe en cada caricia.
Estoy enamorándome de vivir. No me hace falta una persona específica sobre la que derramarme. Todo es diana de mi afán por querer.
Sin embargo ¡qué grande y poderosa me sentía horas atrás al concederme el lujo humano de no ser yo para mí sino para otro, también derrochado hacia mí!
Ha sido conmovedor en todo. Me miraba por dentro. Eran ojos sin barreras físicas. Sé que no se da cuenta de todo lo que éramos, aún. Sé con certeza que las huellas serán las voces que atestigüen lo magnífico de anoche.
Qué torpes y retorcidos somos pues necesitamos el castigo del tiempo perdido para valorar lo que ya nunca será nuestro.
¿Cuál es el valor de las palabras o de compromisos tempranos para atar la incertidumbre extraordinaria del futuro?
Me parece que sobran los anclajes. No quiero una vida que tenga sabor a mañana. Éste es el don que encuentro ahora, placer inigualable de las alas sin conquistar.
Quizá nunca pertenezca a alguien pero en todos hay algo de mí que se queda y algo que de ellos me llevo para siempre.
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