9 de abril de 2006

CARTA XXI


Acostumbrada a los correos y a mi diario, estas semanas en las que la carencia de ambos es una evidencia triste, retomo el dulce abrigo de tu cuenta electrónica para escanciar en ella todo el licor, embriagador y amargo tantas veces, que no dejará vacío mi interior, contenedor de su humedad etílica.
No sé muy bien qué hago para acercarme siempre a personas que tienen un poder letal en sus propias vidas, por lo que las vidas de quienes los rodean también quedan impregnadas de esta potestad dañina.
Quizá no soy yo la que se acerca. Ellos me buscan y me saben conocer.
Soy prácticamente predecible...supongo...no lo sé con certeza.
He vuelto a enamorarme del amor aunque en esta ocasión ha sido más refinado el proceso de embrujo del Señor Amor. Se ha tomado las molestias de hacer de mi amante un personaje iniciático exacto al molde de príncipe azul que me enseñó la poesía infantil.
Tarde o temprano, llegan los momentos de desnudez descubierta y entonces, como me sucede hoy, por mucho que intente retocar el agrio descubrimiento inconcebible, lo que hay tras biombos, disfraces y tiempo no se deja sobornar por el olvido.
Tal vez el problema siempre ha estado en mí. Quizá mi modo de vivir, de percibir el mundo (en su totalidad y en cada una de sus partes) están totalmente descarriados.
Creo que mi sueño es sencillo y transparente. Lo que yo crea de mí es algo muy fácil de manipular. ¿Qué ven los demás? ¿Quién creen que soy las personas que más quiero? Mi debilidad es mi fuente de fuerza interior. Donde los demás creen que caigo, yo me elevo. Pero esta vez caigo donde todos me advirtieron que caería e intento taponar la herida íntima pero el alma se está desangrando.
Ojalá me quede hálito suficiente para hacer lo correcto.
Divago, como siempre, entre reforzar las tropas de lucha, la retirada o mandar los equipos de rescate para sacarme a mí sola de un campo de batalla que ya no distingue enemigos de compatriotas.
Los sentimientos son una delicia demasiado peligrosa, sobre todo en manos de mi voluntad y de mi inconsciencia.
Gracias por escuchar las demencias informáticas de una loquita que te extraña y que siempre te acuna en su regazo emocional.

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