30 de abril de 2006
CARTA XXIV
Hoy te hablo para hablarme con más valor, sin taparme la voz sorda.
Buscaba desesperadamente como si en él fuese a encontrar mi tesoro...
¿Cuál es? Ahora se bastaría en la expedición íntima sin el empeño obcecado de serme en otro ser. ¡He estado tan volcada, derramada en otra piel invertida sin pausa ni agotamiento!
Ahora las horas mías me van grandes. He adelgazado la talla de mi identidad. Estoy al borde anoréxico de lanzarme a la vacuidad del autodesprecio.
Mi espejo me avergüenza por no ser más alta (como a Luis le gustaría), más morena (como el las desea), más dotada en bustos (como Luis fantasea),...más en todo...
Me pide lo que no comprendo: unas lentillas verdes, un tinte de pelo, un maquillaje copiado...Me lo pedía...Hoy no lo hace. Las críticas se han disecado. Lo que viene después es el rechazo... ¡No quiero saber que no lo entiendo ni puedo aceptarlo!
Siempre rezo, pagana, para que se asome por dentro y me vea el amor desbordado, pigmentándolo todo.
Mi mundo interior y exterior son sus dos focos de ataque demoledor.
Si ambos son enemigos para Luis, ¿dónde me puedo presentar yo para ser bienvenida?
Nadie sabrá mi verdad aunque las letras se desesperen en su mutismo obligado y quieran gritar.
La desconfianza homicida en chasquidos tontos de pueriles sucesos: un “algo” roto sin causa aparente lo convertía en juez impasible y despiadado.
Mi piedad también se ha resentido.
Mi vía defensiva fue variando a medida que el amor se me desmedía.
Ya me toco el perfil de mi vida a punto de diluirse o destronchar el precioso ascenso secreto de crecer por dentro.
Y aquí a solas de mí, contigo, me descubro el color de la exhausta persistencia.
Es una sonrojada lágrima de auxilio rebelde que no quiere fenecer y ya ha sobrepasado los últimos confines de mi mejilla.
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