16 de abril de 2006

CARTA XXII


Pasan los meses, etilizados por el deber cotidiano, esa tontería que asumimos para darnos importancia inmediata, y, fugazmente, se me viene el eructo de la verdadera apetencia íntima.
Entre mis verdades estás tú, como siempre, enhiesto en la identidad del retal que me elijo.
Tú, aquí, en mi corazoncito, ¡jó!, qué importante se vuelve cuando te desperezas en él.
Cuando llego a Ibiza no sé estarme quieta. Quisiera cambiar tantos mundos...
Aquí se presentan cada día nuevos retos, minúsculos pero esenciales para uno mismo.
Ahora las calles que me conmovieron en mis primeras pisadas exploradoras, son caminos que se bifurcan por el dolor, la culpa, la impotencia y la ignorancia que desprecia y aniquila (personas o sueños, no sé que es más trágico).
¡Son tantos los habitantes oscuros de las esquinas, los artistas marginales de los compadecidos carteles urdidos por el amargor mentiroso, los enfermizos atrapados que envilecen la decoradísima calle de Jaime III y su letal elitismo gélido!
Paso ante ellos y los traspaso, atravieso su miseria, la que esconden en realidad. Me enfado con ellos en silencio pero es un síntoma de una acidez honda contra mí y contra los que son como yo.
Sé que vivirme es la verdadera responsabilidad, el único compromiso ineludible...
Pero el alma humana no entiende de márgenes corpóreos.
En cuanto al Amor...me parece intuir que hay un papel de despedida en todas las relaciones a las que me atreva...
Te aseguro que no me creo perseguidora obsesiva de un perfil destructor de amante o algo así...
Permanece en mí la sensación de que Luis sólo me amará cuando ya no exista en su presente. Así me pasaba con Raúl, con...
Tal vez estoy entrenada en las relaciones con finales...
En esta ocasión, aprendo a ritmo estrepitoso a defender mi espacio como persona, como ser humano.
El simple hecho de haber olvidado el respeto hacia mi persona más de una vez ya es una respuesta clarísima.
¿Qué hago entonces?
Jugar a equivocarme con conocimiento de causa porque hay un presentimiento bueno y un aprendizaje excepcional.
Aprendo lo que no querré nunca más. Aprendo a dejar de dar. Aprendo a pedir.
¡Qué bonitos somos cuando nos dejamos “entremirar” los secretos espirituales!
Hemos creído que la fuerza y el poder residen en el ocultamiento y el escudo.
Creo que es un error abismal y catastrófico.
La manifestación de nuestra fragilidad humana es la mayor de nuestras armas. Estoy ciegamente segura de ello.
La carrera tiene cosquilleos de esperanza en todos sus rincones de lecciones y desaprendizajes.
Estoy enamorada de mi lucha. Me siento. Ya no importa si bien o mal, lo que cuenta es que me estoy sintiendo.
Lo que más me gusta, al escribirte, es que estoy contigo, en ti, como siempre he deseado y apenas hemos hecho real en carne y hueso compartidos.
Siempre me has enseñado que lo único que no podrá dañar el tiempo es el espíritu, que los años del cuerpo pueden ser elixir de juventud al alma.

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