23 de abril de 2006

CARTA XXIII


Y eso es lo que también me permite vivirte sin sentirme deudora o atrapada en la deuda de curarte o de que me cures...
¿Curarnos de qué? Los dos sabemos cuánto merece la pena (y la alegría) vivirse uno mismo libre sin depositar en otros hombros más que caricias, besos y algún verso de aire, noche, complicidad o descanso.
¡Es tan fácil sentirte en las cicatrices de tinta sobre el folio con el que te confabulas!
Cuanto más agoto mi tiempo, mayor es la evidencia interior de que nadie podrá comprender el vínculo que nos une. Eso me enorgullece secretamente porque me creo (engreída o no) que eres milagro en mi identidad más fiel y honda.
Mis ojos te han mirado la tristeza.
¿No te pesan las ofrendas de tu reino íntimo sólo para ti?
Si pudiera... ¿rescatarte?, ¡no, no! ...si pudiera abrirte mi alma para que te asomaras a atisbar rápidamente los colores con que me has adornado siempre ese edén interior que todos deberíamos llevar encendido sin intermitencias ni pausas...
Sé que tu melancolía tiene ritmo de jazz con alguna nota escurrida de canciones trepidantes.

2 comentarios:

Juan Pérez Escribano dijo...

Gracias cielo, es lo más bonito que he oido en mi vida.

Anónimo dijo...

de nada mi amorcito
Siempre ha sido así