25 de febrero de 2006

NACIONALISMOS


Cogerle cariño a la tierra que pisas es bonito y te ayuda a cuidarla y defenderla, pero considerar a esa tierra como propiedad en exclusiva es fuente de conflictos.
Recuerdo una película del Oeste Americano en la que una carrera desenfrenada y competitiva de colonos con sus carretas debían llegar a unas tierras que el gobierno concedería a los primeros en llegar y clavaran en el suelo su “bandera” que les acreditaría como propietarios de ese terreno. Eso me parece hasta justo, esos vaqueros, granjeros, o buscadores de oro, no pretendían especular y revender, eran gentes sin techo que se vieron obligados a empezar su vida en otro lugar.
Pero la historia está llena de hechos dispares, conquistas, invasiones, civilizaciones destruidas, pueblos masacrados, ciudades enterradas, y la memoria histórica se remonta adonde cada uno la quiere situar, intereses conjuntos de personas que mienten colectivamente sobre su pasado. Sino mienten disfrazan la realidad.
Si retrocediéramos lo suficiente encontraríamos la tierra vacía, de nadie.
Se me dirá que una nación la forman siglos de convivencia con una cultura arraigada y una forma de ser y sentir que le ha dado una identidad específica, y eso les hace ser dueños de su tierra. Pues vale. Pero si enarbolar una bandera es menospreciar a otras gentes y culturas, es tratar de cerrar las puertas a otros pensamientos, es tratar de impedir que los colores de la piel se mezclen, es no querer entender a quien no habla la misma lengua, entonces mal vamos.

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