1 de enero de 2006

CARTA VIII


Últimamente logro levantar cabeza pero no levanto el corazón y es que la cabeza sólo deja de estar erguida bajo tierra. No pacto con esta tristeza perenne un alquiler de temporada para que no asedie continuamente y, al mismo tiempo, ella no pierda sus derechos sobre mí. La vida no merece esta tontería aniñada y debilucha, los minutos no se distienden y descuentan o reiteran al antojo de las reflexiones posteriores. Sin embargo, descuento del resto de mi vida sonrisas que no atreven a enfrentarse con esta desesperanza suave, obrera (lentamente, sin escándalo, va haciendo su fosa hasta que no haya vuelta atrás) y okupa.
Alterno el descanso mental y físico con las preguntas interiores en busca de una nueva perspectiva, senda o... para no seguir degollándome el ánimo y la fe.
A veces el mundo me parece ridículo y pierdo el sentido de jugar a vivir un papel que no sé si interpreto correctamente. Supongo que padezco la crisis de mitad de carrera, la crisis de los veintitantos, la crisis femenina, la crisis de ser humana,...
No sé, alguna crisis debe ser.
Todo se me escapa de las manos. No pensé que hacía falta tanta amplitud mental para comprender el estúpido y letal rompecabezas del mundo.
Hacer las cosas bien, movidos por el amor, es tremendamente sencillo pero hemos creado el Imperio de los Imposibles: imposible dar vuelta atrás, imposible acabar con la pobreza, imposible evitar las guerras, imposible derrocar el poder capitalista, imposible salir del túnel, imposible subir al tren de occidente si estás fuera, ...
Qué diferencia hay entre una jerarquía marcada por el nacimiento y otra determinada por el poder económico. Ya no hay posibilidad de ascender si no estás al menos en un vagón de tercera clase. Me siento minúscula, desganada, impotente, partícipe, avergonzada, desorientada,... y quizá en el fondo lo único que realmente estoy añorando es una espalda donde descansar mis caricias y un rostro al que saludar junto a la mañana.

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