26 de enero de 2006
REFLEXOLOGÍA
Ignacio me decía que los pies son como el portero automático de un edificio, presionas un número y suena por allá arriba.
La civilización empezó su decadencia en el momento en que el ser humano se cubrió los pies para andar. El pié descalzo se expande, se libera, se desinhibe, y al andar envía sensaciones y vibraciones a todo el cuerpo, le activa cada órgano como por inducción eléctrica a través de las miles de arterias que riegan hasta el más recóndito punto del cuerpo. Y si algo está dañado por el camino, el pié lo recoge con dolor y avisa al “Centro de Datos” en el cerebro.
El pié es más que una parte del cuerpo que sirve para mantenernos erguidos, en él se reúne el cuerpo entero y crece y se modifica de acuerdo a tu comportamiento, refleja tus miedos, exhibe tus cualidades, recopila tus hábitos, enseña tus vergüenzas.
Al pié no puedes engañarle, ni a las líneas de la mano, ni al iris de tus ojos, ni a las arrugas de tu rostro.
Nuestro cuerpo nos dice como somos, lo que nos pasa y porqué, y normalmente, quiero decir por norma, no le hacemos mucho caso, preferimos esconder, disimular, cargar con el “muerto”, y darle cualquier remedio, cualquier medicina, si lo “manda” la Seguridad Social o si se anuncia por la tele.
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