22 de enero de 2006
CARTA XI
No tengo pulso para escribirte a mano. Lo siento mi amor. Sé que las letras informáticas despersonalizan la experiencia compartida de las cartas más hondas que nunca leí y nunca escribí.
Sin embargo te aseguro que las palabras que me van dictando las emociones a flor de piel, de instante, de lágrima, se enfrentan descaradamente esta mañana con la amenaza despersonalizadora de la pantalla.
Cierro los ojos para que nada pueda interrumpir lo que quiero entregarte desde mi interior aunque no sé muy bien dónde encontrarlo porque está troceado por la incomprensión de todo lo que está sucediendo.
Hace tres días que me he permitido sentirme protagonista del dolor y he cerrado las puertas a la solidaridad de la crudeza de Palestina, de Venezuela, de Italia, de todas las guerras que desconozco y los desastres personales que intuyo o me son inimaginables.
El sábado a las 21.00 aproximadamente se moría una de mis mejores amigas en Palma, por no decir que era el alma más gemela que hube encontrado.
No sé cuál es mi sitio hoy.
El cementerio se ha olvidado de guardar otra lápida a su lado por si alguno se nos ocurría visitarla con asiduidad.
Lo peor de todo es que el mundo sigue teniendo motivos. No me cuestiono principios esenciales como el sentido de la vida o el por qué de la injusta igualdad de la muerte. Ya me busqué las respuestas, las excusas, esas burbujas de consuelo insípido, hace años y siguen sirviéndome mientras los espíritus no me contradigan a sabiendas de mi ceguedad terriblemente probable.
Hace meses, quizá tan sólo un mes, le pedí a Elisa, mi amiga despedida, mi niñita volátil, que si decidía marcharse antes que yo me avisara. JODER, se ha olvidado del acuerdo!!!!
Ahora me arrepiento de no haberla abrazado más, de no haberla traído conmigo todas las veces que me lo pidió...Y le suplico que venga, que me digo solamente que está mejor, que la luz que le veía es ahora su cuerpo y que no tiene penas como las que entristecían su gesto angelical.
Si, al menos, supiera que sonríe a todas horas...Yo no la quiero para mí, hay demasiadas personas que la necesitan ahora...únicamente ruego a su ánima la confesión, una señal, de que está por fin viva del todo.
Creo, con una fe imprescindible, que está cerca. Me convenzo de que si me calmo presentiré su compañía...Tal vez sólo sea el amor que ha dejado en mí. Quizá ése es el tesoro que puedo atreverme a buscar.
No sé que decirme. No sé cómo estoy. No sé si ahora quiero correr más, seguir (imposible) o detenerme y exigir una razón antes de continuar.
¿A qué juega la vida? Pase lo que pase cada minuto es importante. No lo dudo.
Ayer en el funeral todos los compañeros de la universidad nos abrazábamos y consolábamos sabiendo que hay que conservarla viva entre nosotros.
Ayer me encargaba de que conocieran de ella lo que nunca intuyeron.
Pero era ella, la tímida y profunda princesita, la que necesitaba un amor que ahora parece encenderse en todos y no fue lo suficientemente expresado.
Ayer sus mejores amigas, Marisa y yo, parecíamos las victimas, las grandes sufridoras...La verdadera perdedora ha sido mi niña muerta. Se le perdió el amor de muchos en el desconocimiento. Sólo por que pueda saberlo ahora, deseo que haya un mundo más grande que la vida terrenal. Ojalá sepa lo importante que era para tantos.
Ojalá tanta pena como padeció se acune ahora en el conocimiento de todas las emociones que despertaba en nosotros.
Sigo mirando las cortinas de casa, los rincones y las noches con la atención temerosa de mi pequeñez a la espera de un rastro suyo, de una señal que proceda de su nuevo estado...Nada cambia por ahora...Simplemente el hueco insustituible en el aula, en las cafeterías, en el tiempo, en nuestros corazones inconformes...
Y mi muerte sigue pendiente de ser saldada sin temor.
Que importante es amar a tiempo y a voz en grito.
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